Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) explora continuamente todo tipo de formatos y materiales, su obra va desde la pintura, la escultura, los dibujos sobre papel y la cerámica, hasta las instalaciones y la perfomance. Miquel Barceló vive habitualmente en Mallorca y París. Su brillante carrera le ha llevado a exponer en la Documenta VII de Kassel en 1982, ha representado a España en la Biennale de Venecia en 2009, y su obra se incluye en algunas de las más renombradas instituciones y museos, así por ejemplo en el Centre Pompidou, París, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, en el Museo Rufino Tamayo, México o en el Museo Guggenheim de Bilbao, entre otros.
Desde sus estudios de Mallorca, París y en sus talleres, trabaja inspirándose en sus viajes y en su tierra y mar, igualmente en las culturas antiguas y en las tradiciones. En esta ocasión, sus pinturas nos remiten a las pinturas rupestres de cuevas como Lascaux, Altamira o Chauvet, que Barceló ha tenido ocasión de visitar. Barceló nos hace pensar y sentir, con sus últimos trabajos, en el sentido mágico originario de las pinturas rupestres, trabajando los lienzos con texturas y volúmenes, imitando las superficies rocosas de las cuevas y la forma en que se utilizaron los accidentes y colores de las paredes. La paleta de estas obras es austera, dominando blancos, negros y ocres, y al mismo tiempo desprende valores sensuales, ricos y próximos. Así por ejemplo en las pinturas de cabezas de mamíferos (cápridos, bóvidos, y otros) sentimos la emoción de los relieves rocosos que sirvieron de soporte a aquellas antiguas pinturas rituales y el hálito que lo inspiró. Las pinturas de Chauvet, las que se creen más antiguas datan de entre 35.000 y 22.000 años antes de Cristo. Y nos sorprendemos al reconocernos antropológicamente “primitivos”, fascinados por los animales totémicos o sagrados; mamut, bisonte, camello o toro, que son símbolos del poder telúrico, de la fuerza creadora y de los dioses primitivos de nuestra cultura mediterránea.
En las cerámicas aparecen los peces, y las flores; un pulpo de finos tentáculos, parece escaparse del plato que lo contiene… Son obras celebratorias de la existencia, inspiradas en el conocimiento directo y experimental del mundo que le rodea, que conoce a la perfección y en comunión, si podemos decir. Y estas obras aún austeras cromáticamente, dejan aparecer azules acuáticos pero también colores naturales del barro, matices de grises y blancos que acompañan al ritmo de las formas, expansivo y gestual. Barceló describe sus cerámicas como “una forma de pintar”. Todas estas obras nos hacen sentir de nuevo, el sentido primitivo de las cerámicas primigenias, cuando en la revolución Neolítica, el ser humano tuvo la necesidad de almacenar el grano por ejemplo y concibió con sus manos y barro un primer y simple cuenco.